jueves, 15 de mayo de 2008

El mensaje de Paco Yunque



Este popular cuento de César Vallejo lleva el nombre del protagonista principal: Paco Yunque, quien llega con su madre a la escuela. Paco se siente muy asustado al ver a muchos niños jugando en un patio grande. Su excesiva timidez hace que se arrincone en una de las paredes, y cuando se le acercan algunos compañeros se siente muy confundido. Los hermanos Zumiga lo llevan al salón. Al llegar al aula, el profesor lo hace sentar en su carpeta, junto a otro niño pequeño, llamado Paco Fariña.
Al poco rato aparece Humberto Grieve, quien llega tarde y descaradamente le dice al profesor que se había quedado dormido. El profesor le ordena rápidamente a sentarse en su carpeta, al fondo del salón. Grieve busca con la mirada a Paco, lo ubica y se empecina en sentarse junto a él, comienza a jalonearlo a su sitio, “él debe sentarse junto a mí porque él vive en mi casa con su mamá, él es mi muchacho”. Luego de ese alboroto, el profesor decide, finalmente, que Yunque se siente al lado de Fariña, poniendo tranquilidad en el aula. Inmediatamente tenemos la presencia de Antonio Gesdres, un niño de condición humilde, hijo de un albañil, que llegó tarde por ayudar a su mamá; sin embargo, el profesor no considera esta situación y lo castiga haciéndolo parar en un rincón del salón.
Paco Fariña le hace saber al profesor que Grieve también había llegado tarde y se da cuenta que a él no lo castiga porque es rico.
En todo momento Grieve veía con cólera a Fariña y lo estaba amenazando con pegarle. El profesor está explicando en la pizarra sobre los peces y pregunta a sus alumnos: ¿qué sucedía con los peces fuera del agua?; todos dan una respuesta correcta y razonada, menos Grieve. Aquí observamos la poca inteligencia de este personaje: “Señor yo he cogido muchos peces y los he llevado a mi salón y no se mueren nunca…” “porque mi salón es muy elegante…” “porque mi papá tiene mucha plata”. Todos los alumnos se reían de su absurda ocurrencia. El profesor deja un ejercicio sobre los peces que todos los alumnos deberán presentar después del recreo. Mientras el profesor escribía en la pizarra, Grieve comete actos de indisciplina: molesta y golpea a Yunque y a Fariña, el profesor se da cuenta del desorden, Fariña acusa a Grieve de haberlo agredido: “Señor, acaba de pegarme Humberto Grieve”, el profesor no toma importancia la queja del alumno, a pesar de que todos los demás repetían en grupo: “Sí, señor”. El profesor, quizá por temor, adopta una actitud muy tolerante con Humberto, le reprende suavemente: “Cuidado con mentir Grieve. ¡Un niño decente como usted, no debe mentir!”. “Yo creo en lo que dice”. Llega la hora del recreo y todos los niños salen a jugar alegremente. Grieve comienza a maltratar a Paco, lo jalonea, lo empuja, lo patea, brinca encima de él; inmediatamente, Yunque es defendido por Fariña. Humberto Grieve amenaza y golpea a éste. Otros niños intervienen también en la pelea.
Al ingresar al salón, el profesor continúa con la explicación sobre el tema de los peces y luego comenzará a recoger la tarea que había designado. Paco Yunque, desesperadamente, busca en su cuaderno el ejercicio que había realizado, se da cuenta de que le habían arrancado la hoja con su tarea resuelta. Grieve se había apoderado de su ejercicio y en el momento en que el profesor recoge la tarea, lo presenta con su firma como si fuese su trabajo. El director visita el salón y al preguntar al profesor, “¿quién es el mejor alumno de su año?”, éste le responde que “la nota más alta la ha obtenido Humberto Grieve”, por haber presentado un excelente trabajo. Así, Grieve es premiado injustamente por el director y el profesor, quienes piensan que Humberto es un alumno formal, bueno y aplicado; una apreciación engañosa, pues su actitud es totalmente contraria: Humberto es mentiroso, vanidoso, abusivo, impuntual y ocioso; mientras tanto Paco Yunque, que está sentado al lado de Fariña, se queda llorando agachado sobre su carpeta.

MENSAJE E INTERPRETACIÓN:
El mensaje que nos ofrece el autor, de carácter social y económico, lo podemos deducir a través de un dibujo que se adjunta al cuento original, donde se observa a una serie de hombrecillos de diversos tamaños que forman una fila (desde el más grande al más pequeño) de izquierda a derecha, en la cual el más grande (el primero) va jalando la oreja al segundo, y éste al tercero, así sucesivamente, hasta llegar al más pequeñito, que por su humilde condición física (tiene poco tamaño y fuerza) ya no tiene a quién jalarle la oreja; éste último es un miembro del pueblo, es el pobre que sufre, de manera inevitable, el maltrato de los más grandes y los más fuertes, que en este caso vienen a ser los ricos.

Bases económicas de la República según Mariátegui

II. LAS BASES ECONOMICAS DE LA REPUBLICA
Como la primera, la segunda etapa de esta economía arranca de un hecho político y militar. La primera etapa nace de la Conquista. La segunda etapa se inicia con la Independencia. Pero, mientras la Conquista engendra totalmente el proceso de la formación de nuestra economía colonial, la Independencia aparece determinada y dominada por ese proceso.

He tenido ya -desde mi primer esfuerzo marxista por fundamentar en el estudio del hecho económico la historia peruana- ocasión de ocuparme en esta faz de la revolución de la Independencia, sosteniendo la siguiente tesis: "Las ideas de la revolución francesa y de la constitución norteamericana encontraron un clima favorable a su difusión en Sudamérica, a causa de que en Sudamérica existía ya aunque fuese embrionariamente, una burguesía que, a causa de sus necesidades e intereses económicos, podía y debía contagiarse del humor revolucionario de la burguesía europea. La Independencia de Hispanoamérica no se habría realizado, ciertamente, si no hubiese contado con una generación heroica, sensible a la emoción de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera revolución. La Independencia, bajo este aspecto, se presenta como una empresa romántica. Pero esto no contradice la tesis de la trama económica de la revolución emancipadora. Los conductores, los caudillos, los ideólogos de esta revolución no fueron anteriores ni superiores a las premisas y razones económicas de este acontecimiento. El hecho intelectual y sentimental no fue anterior al hecho económico".

La política de España obstaculizaba y contrariaba totalmente el desenvolvimiento económico de las colonias al no permitirles traficar con ninguna otra nación y reservarse como metrópoli, acaparándolo exclusivamente, el derecho de todo comercio y empresa en sus dominios.

El impulso natural de las fuerzas productoras de las colonias pugnaba por romper este lazo. La naciente economía de las embrionarias formaciones nacionales de América necesitaba imperiosamente, para conseguir su desarrollo, desvincularse de la rígida autoridad y emanciparse de la medioeval mentalidad del rey de España. El hombre de estudio de nuestra época no puede dejar de ver aquí el más dominante factor histórico de la revolución de la independencia sudamericana, inspirada y movida, de modo demasiado evidente, por los intereses de la población criolla y aun de la española, mucho más que por los intereses de la población indígena.

Enfocada sobre el plano de la historia mundial, la independencia sudamericana se presenta decidida por las necesidades del desarrollo de la civilización occidental o, mejor dicho, capitalista. El ritmo del fenómeno capitalista tuvo en la elaboración de la independencia una función menos aparente y ostensible, pero sin duda mucho más decisiva y profunda que el eco de la filosofía y la literatura de los enciclopedistas. El Imperio Británico, destinado a representar tan genuina y trascendentalmente los intereses de la civilización capitalista, estaba entonces en formación. En Inglaterra, sede del liberalismo y el protestantismo, la industria y la máquina preparaban el porvenir del capitalismo, esto es del fenómeno material del cual aquellos dos fenómenos, político el uno, religioso el otro, aparecen en la historia como la levadura espiritual y filosófica. Por esto le tocó a Inglaterra -con esa clara conciencia de su destino y su misión históricas a que debe su hegemonía en la civilización capitalista-, jugar un papel primario en la independencia de Sudamérica. Y, por esto, mientras el primer ministro de Francia, de la nación que algunos años antes les había dado el ejemplo de su gran revolución, se negaba a reconocer a estas jóvenes repúblicas sudamericanas que podían enviarle "junto con sus productos sus ideas revolucionarias"[2], Mr. Canning, traductor y ejecutor fiel del interés de Inglaterra, consagraba con ese reconocimiento el derecho de estos pueblos a separarse de España y, anexamente, a organizarse republicana y democráticamente. A Mr. Canning, de otro lado, se habían adelantado prácticamente los banqueros de Londres que, con sus préstamos -no por usurarios menos oportunos y eficaces-, habían financiado la fundación de las nuevas repúblicas.

El Imperio español tramontaba por no reposar sino sobre bases militares y políticas y, sobre todo, por representar una economía superada. España no podía abastecer abundantemente a sus colonias sino de eclesiásticos, doctores y nobles. Sus colonias sentían apetencia de cosas más prácticas y necesidad de instrumentos más nuevos. Y, en consecuencia, se volvían hacia Inglaterra, cuyos industriales y cuyos banqueros, colonizadores de nuevo tipo, querían a su turno enseñorearse en estos mercados, cumpliendo su función de agentes de un imperio que surgía como creación de una economía manufacturera y librecambista.

El interés económico de las colonias de España y el interés económico del Occidente capitalista se correspondían absolutamente, aunque de esto, como ocurre frecuentemente en la historia, no se diesen exacta cuenta los protagonistas históricos de una ni otra parte.

Apenas estas naciones fueron independientes, guiadas por el mismo impulso natural que las había conducido a la revolución de la Independencia, buscaron en el tráfico con el capital y la industria de Occidente los elementos y las relaciones que el incremento de su economía requería. Al Occidente capitalista empezaron a enviar los productos de su suelo y su subsuelo. Y del Occidente capitalista empezaron a recibir tejidos, máquinas y mil productos industriales. Se estableció así un contacto continuo y creciente entre la América del Sur y la civilización occidental. Los países más favorecidos por este tráfico fueron, naturalmente, a causa de su mayor proximidad a Europa, los países situados sobre el Atlántico. La Argentina y el Brasil, sobre todo, atrajeron a su territorio capitales e inmigrantes europeos en gran cantidad. Fuertes y homogéneos aluviones occidentales aceleraron en estos países la transformación de la economía y la cultura que adquirieron gradualmente la función y la estructura de la economía y la cultura europeas. La democracia burguesa y liberal pudo ahí echar raíces seguras, mientras en el resto de la América del Sur se lo impedía la subsistencia de tenaces y extensos residuos de feudalidad.

En este período, el proceso histórico general del Perú entra en una etapa de diferenciación y desvinculación del proceso histórico de otros pueblos de Sudamérica. Por su geografía, unos estaban destinados a marchar más de prisa que otros. La independencia los había mancomunado en una empresa común para separarlos más tarde en empresas individuales. El Perú se encontraba a una enorme distancia de Europa. Los barcos europeos, para arribar a sus puertos, debían aventurarse en un viaje larguísimo. Por su posición geográfica, el Perú resultaba más vecino y más cercano al Oriente. Y el comercio entre el Perú y Asia comenzó como era lógico a tornarse considerable. La costa peruana recibió aquellos famosos contingentes de inmigrantes chinos destinados a sustituir en las haciendas a los esclavos negros, importados por el Virreinato, cuya manumisión fue también en cierto modo una consecuencia del trabajo de transformación de una economía feudal en economía más o menos burguesa. Pero el tráfico con Asia, no podía concurrir eficazmente a la formación de la nueva economía peruana. El Perú emergido de la Conquista, afirmado en la Independencia, había menester de las máquinas, de los métodos y de las ideas de los europeos, de los occidentales.

Realidad Peruana según Mariátegui


I. LA ECONOMIA COLONIAL

En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta qué punto la Conquista escinde la historia del Perú. La Conquista aparece en este terreno, más netamente que en cualquiera otro, como una solución de continuidad. Hasta la Conquista se desenvolvió en el Perú una economía que brotaba espontánea y libremente del suelo y la gente peruanos. En el Imperio de los Inkas, agrupación de comunas agrícolas y sedentarias, lo más interesante era la economía. Todos los testimonios históricos coinciden en la aserción de que el pueblo inkaico -laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo- vivía con bienestar material. Las subsistencias abundaban; la población crecía.

El Imperio ignoró radicalmente el problema de Malthus. La organización colectivista, regida por los Inkas, había enervado en los indios el impulso individual; pero había desarrollado extraordinariamente en ellos, en provecho de este régimen económico, el hábito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social. Los Inkas sacaban toda la utilidad social posible de esta virtud de su pueblo, valorizaban el vasto territorio del Imperio construyendo caminos, canales, etc., lo extendían sometiendo a su autoridad tribus vecinas. El trabajo colectivo, el esfuerzo común, se empleaban fructuosamente en fines sociales.

Los conquistadores españoles destruyeron, sin poder naturalmente reemplazarla, esta formidable máquina de producción. La sociedad indígena, la economía inkaica, se descompusieron y anonadaron completamente al golpe de la conquista. Rotos los vínculos de su unidad, la nación se disolvió en comunidades dispersas. El trabajo indígena cesó de funcionar de un modo solidario y orgánico. Los conquistadores no se ocuparon casi sino de distribuirse y disputarse el pingüe botín de guerra. Despojaron los templos y los palacios de los tesoros que guardaban; se repartieron las tierras y los hombres, sin preguntarse siquiera por su porvenir como fuerzas y medios de producción.

El Virreinato señala el comienzo del difícil y complejo proceso de formación de una nueva economía. En este período, España se esforzó por dar una organización política y económica a su inmensa colonia. Los españoles empezaron a cultivar el suelo y a explotar las minas de oro y plata. Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía feudal.

Pero no envió España al Perú, como del resto no envió tampoco a sus otras posesiones, una densa masa colonizadora. La debilidad del imperio español residió precisamente en su carácter y estructura de empresa militar y eclesiástica más que política y económica. En las colonias españolas no desembarcaron como en las costas de Nueva Inglaterra grandes bandadas de pioneers. A la América Española no vinieron casi sino virreyes, cortesanos, aventureros, clérigos, doctores y soldados. No se formó, por esto, en el Perú una verdadera fuerza de colonización. La población de Lima estaba compuesta por una pequeña corte, una burocracia, algunos conventos, inquisidores, mercaderes, criados y esclavos[1]. El pioneer español carecía, además, de aptitud para crear núcleos de trabajo. En lugar de la utilización del indio, parecía perseguir su exterminio. Y los colonizadores no se bastaban a sí mismos para crear una economía sólida y orgánica. La organización colonial fallaba por la base. Le faltaba cimiento demográfico. Los españoles y los mestizos eran demasiado pocos para explotar, en vasta escala, las riquezas del territorio. Y, como para el trabajo de las haciendas de la costa se recurrió a la importación de esclavos negros, a los elementos y características de una sociedad feudal se mezclaron elementos y características de una sociedad esclavista.

Sólo los jesuitas, con su orgánico positivismo, mostraron acaso, en el Perú como en otras tierras de América, aptitud de creación económica. Los latifundios que les fueron asignados prosperaron. Los vestigios de su organización restan como una huella duradera. Quien recuerde el vasto experimento de los jesuitas en el Paraguay, donde tan hábilmente aprovecharon y explotaron la tendencia natural de los indígenas al comunismo, no puede sorprenderse absolutamente de que esta congregación de hijos de San Iñigo de Loyola, como los llama Unamuno, fuese capaz de crear en el suelo peruano los centros de trabajo y producción que los nobles, doctores y clérigos, entregados en Lima a una vida muelle y sensual, no se ocuparon nunca de formar.

Los colonizadores se preocuparon casi únicamente de la explotación del oro y la plata peruanos. Me he referido más de una vez a la inclinación de los españoles a instalarse en la tierra baja. Y a la mezcla de respeto y de desconfianza que les inspiraron siempre los Andes, de los cuales no llegaron jamás a sentirse realmente señores. Ahora bien. Se debe, sin duda, al trabajo de las minas la formación de las poblaciones criollas de la sierra. Sin la codicia de los metales encerrados en las entrañas de los Andes, la conquista de la sierra hubiese sido mucho más incompleta.

Estas fueron las bases históricas de la nueva economía peruana. De la economía colonial -colonial desde sus raíces- cuyo proceso no ha terminado todavía. Examinemos ahora los lineamientos de una segunda etapa. La etapa en que una economía feudal deviene, poco a poco, economía burguesa. Pero sin cesar de ser, en el cuadro del mundo, una economía colonial.